Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no nos referimos a los placeres de los disolutos o a los que se dan al goce o no están de acuerdo o mal interpretan nuestra doctrina sino al no sufrir dolor en su cuerpo ni turbación en el alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes, ni disfrutar de muchachos ni de mujeres ni de peces ni de las demás cosas que ofrece una mesa lujosa engendran una vida feliz, sino un cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y rechazo y disipe las falsas opiniones de las que nace la mayor turbación que se adueña del alma. De todas estas cosas principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia es incluso más apreciable que la filosofía; de ella nacen todas las demás virtudes porque enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin ser feliz. Las virtudes, en efecto, están unidas a la vida feliz y el vivir feliz es inseparable de ellas.
Epicuro, Carta a Meneceo