sábado, 24 de enero de 2015

EL FUEGO

El fuego es en realidad una adquisición de alcance multidimensional. La predigestión externa de los alimentos pasados por el fuego aligera el trabajo del aparato digestivo; a diferencia del carnívoro que se sume en un pesado sueño digestivo después de devorar su presa, el homínido, dueño del fuego, tiene la posibilidad de encontrarse activo y alerta después de haber
comido. El fuego libera la vigilia y hace lo propio con el sueño, pues da seguridad tanto a la expedición nocturna de los cazadores como a las mujeres y los niños que quedaron en el refugio sedentario; el fuego crea el hogar, lugar de protección y de refugio; el fuego permite al hombre dormir profundamente, a diferencia de los demás animales, que deben descansar siempre en un estado de alerta. Quizá el fuego incluso favoreciera el incremento y la libertad de los sueños (…).

Por otro lado, la cocción favorece nuevas mutaciones humanizantes que tienden a reducir la mandíbula, así como a liberar la caja craneal de parte de sus tareas mecánicas, con lo que se favorece el incremento del volumen del cerebro.


Edgar MORIN, El paradigma perdido

viernes, 6 de junio de 2014

CONCEPCIONES DEL TRABAJO

Por muy poderosa que sea nuestra tecnología y muy complejas nuestras empresas, puede que al final el rasgo más característico del mundo laboral moderno sea interno, y consista en un aspecto de nuestra mente: la creencia ampliamente extendida de que el trabajo debería hacernos felices. Todas las sociedades han puesto el trabajo en el centro; la nuestra es la primera en sugerir que podría ser algo más que un castigo o una penitencia. Es la primera en insinuar que deberíamos tratar de trabajar aun cuando no hubiera una necesidad económica. La elección de un trabajo define nuestra identidad, hasta el punto de que la pregunta mas frecuente que hacemos a alguien que acabamos de conocer no es de donde procede o quienes fueron sus padres, sino qué hace, dando por supuesto que el camino hacia una existencia con sentido, debe pasar, forzosamente, por la puerta del trabajo remunerado.


No siempre fue así. En el siglo IV antes de Cristo, Aristóteles determinó una actitud que iba a durar más de dos milenios al referirse a la incompatibilidad estructural entre la satisfacción y un cargo remunerado. Para el filósofo griego, la necesidad económica ponía a las personas al mismo nivel que los esclavos y los animales. El trabajo manual, así como las facetas mercantiles de la mente, conducirían a una deformación psicológica. Solo una renta personal y una vida con tiempo libre podían ofrecer a los ciudadanos un ambiente adecuado para disfrutar de los más elevados placeres que proporcionaban la música y la filosofía.

Los primeros cristianos añadieron a la idea de Aristóteles la doctrina aún más oscura de que las miserias del trabajo eran los medios apropiados e inamovibles para expiar los pecados de Adán. Solo a partir del Renacimiento empezaron a oírse nuevas voces. En las biografías de los grandes artistas, de hombres como Leonardo o Miguel Ángel, encontramos las primeras alusiones a las glorias de la actividad práctica. Aunque esta revalorización estaba al principio limitada al trabajo artístico e, incluso en este caso, solo a sus más elevados ejemplos, con el tiempo llegó a abarcar casi todas las profesiones. A mediados del siglo XVIII, en un desafío directo a la postura aristotélica, Diderot y D'Alembert publicaron la Encyclopedie de veintisiete tomos, llena de entradas que ensalzaban el genio y la alegría que caracterizan actividades como hornear pan, plantar espárragos, poner en funcionamiento un molino, forjar un ancla, imprimir un libro y administrar una mina de plata. Acompañaban a los textos ilustraciones de las herramientas empleadas para llevar a cabo esas tareas, entre ellas, poleas, pinzas y abrazaderas, instrumentos cuya función precisa tal vez los lectores no siempre entendieran, pero comprendían que tales utensilios promovían la consecución de fines hábiles y dignos. Después de pasar un mes en un taller de Normandía donde se fabricaban agujas, el escritor Alexander Deleyre creó el que quizá sea el artículo más prestigioso de la Encyclopedie, en el que respetuosamente describe los quince pasos requeridos para transformar un trozo de metal en uno de esos instrumentos escurridizos que suelen pasar inadvertidos, con los que se cosen botones.

Con el propósito de ser un sobrio compendio del conocimiento, la Encyclopedie fue de hecho un encomio de la nobleza del trabajo. Diderot expuso claramente sus motivos en la entrada «Arte», fustigando a aquellos que tendían a venerar solo las artes «liberales» (la música y la filosofía de Aristóteles) mientras ignoraban sus equivalentes «mecánicos» (como la fabricación de relojes y el tejido de la seda): «Las artes liberales han cantado su propia alabanza durante suficiente tiempo; ahora deberían alzar la voz para alabar las artes mecánicas. Las artes liberales deben rescatar a las artes mecánicas de la degradación en la que se han mantenido durante tanto tiempo por prejuicio».

Los pensadores burgueses del siglo XVIII dieron la vuelta a la fórmula de Aristóteles: las satisfacciones que los filósofos griegos habían identificado con el tiempo libre se trasladaban ahora al ámbito del trabajo, mientras que a las tareas sin retribución económica se las despojaba de todo significado y se las relegaba a la atención caprichosa de decadentes diletantes. Entonces pareció tan imposible que se pudiera ser feliz e improductivo como antes había parecido inverosímil que se pudiera trabajar y ser humano.

Algunos aspectos de esta evolución en la actitud respecto al trabajo tienen fascinantes parangones con las ideas sobre el amor. También en este ámbito, la burguesía del siglo XVIII aunaba lo placentero y lo necesario. Argumentaban que no había conflicto inherente entre la pasión sexual y las exigencias prácticas de la crianza de los hijos, y que por lo tanto podía haber romanticismo en el matrimonio, del mismo modo que se podía disfrutar con un trabajo asalariado.

Al iniciar la burguesía europea una evolución de la que todavía somos herederos, dio los pasos cruciales para considerar un placer tanto el trabajo como el matrimonio, algo que hasta entonces de forma pesimista -o quizá realista-, la aristocracia había reservado solo a los reinos del enredo amoroso y el entretenimiento.



Alain de Botton, Miserias y esplendores del trabajo, Lumen, 2011 (págs. 104-107)

domingo, 25 de mayo de 2014

EVOLUCIÓN DE LA TECNOLOGÍA

Los animales existen y se desarrollan sin fuego o los utensilios de piedra más simples. En tanto en cuanto somos animales, en el plano biológico de la existencia, también podríamos vivir sin ellos. Por supuesto, sin técnica no podríamos ni ocupar ni visitar muchas regiones del planeta que actualmente habitamos. Ni podríamos hacer la mayoría de las cosas que hacemos en nuestra vida cotidiana. Pero podríamos sobrevivir, (…).

Como la técnica no es necesaria para satisfacer las necesidades humanas de las personas, el filósofo Ortega y Gasset define la técnica como la producción de lo superfluo. Ortega indica que la técnica es tan superflua en la edad de piedra como lo es hoy. Como el resto del reino animal, también nosotros podríamos haber vivido sin el fuego y sin herramientas. Por razones aún oscuras, empezamos a cultivar la tecnología y en el proceso creamos lo que ha llegado a conocerse como la vida humana, la buena vida o bienestar. La lucha en pos del bienestar ciertamente entraña la idea de necesidades, pero estas necesidades están cambiando constantemente. Una vez la necesidad motivó la construcción de pirámides y templos, y en otra inspiró el movimiento por la superficie de la Tierra en vehículos autopropulsados, viajes a la Luna, y la incineración e irradiación de ciudades enteras. (…)

Los humanos tienen una relación diferente de la de los animales con el mundo natural. La naturaleza mantiene simple y directamente la vida del animal. Para los humanos, la naturaleza sirve de fuente de materiales y fuerzas que pueden ser utilizados en la prosecución de lo que ellos optan por llamar en cada caso el bienestar. Como los recursos naturales son variados, y como los valores y gustos humanos difieren de una cultura a otra, de una época a otra, y de persona a persona, no nos sorprenderá hallar una enorme diversidad en los productos de la técnica. Los artefactos que componen el mundo artificial no constituyen una serie de soluciones directas a los problemas generados por la satisfacción de las necesidades básicas, sino que son manifestaciones materiales de las diversas formas que hombres y mujeres han elegido a lo largo de la historia para definir y mantener su vida. Vista de este modo, la historia de la tecnología es una parte de la mucho más amplia historia de las aspiraciones humanas, y la plétora de cosas artificiales es producto de mentes humanas repletas de fantasías, anhelos, metas y deseos.

George BASALLA, La evolución de la tecnología

EL TRABAJO


La idea contemporánea de trabajo no aparecería realmente hasta la llegada del capitalismo fabril. Hasta entonces, es decir, hasta el siglo XVIII, el término “trabajo” (labour, Arbeit, lavoro, trabai) designaba el esfuerzo de los siervos y los jornaleros que producían los bienes de consumo o los bienes necesarios para la vida que exigían ser renovados, día tras día, sin dejar nunca de obtenerlos. Los artesanos, en cambio, que fabricaban objetos duraderos, acumulables, que, con la mayor frecuencia, sus compradores legaban a su posteridad, no “trabajaban”, “obraban”, y en su “obra” podían utilizar el trabajo  de azacanes destinados a desempeñar las tareas rudimentarias, poco cualificadas. Únicamente los jornaleros y los peones eran pagados por su “trabajo”; los artesanos se hacían pagar por su “obra” según un baremo fijado por esos sindicatos profesionales que eran las corporaciones y las guildas. Éstas proscribían severamente toda innovación y toda forma de competencia. Las técnicas o las máquinas nuevas tenían que ser aprobadas, en Francia, en el siglo XVII, por un consejo de ancianos del que formaban parte cuatro mercaderes y cuatro tejedores, y luego autorizados por los jueces. Los salarios de los jornaleros y de los aprendices eran fijados por la corporación y no había ninguna posibilidad de que fuesen negociados.

André GORZ, Metamorfosis del trabajo

domingo, 6 de abril de 2014

LOS CONCEPTOS

Debemos llegar hasta la médula de las cosas, debemos poner en un solo montón, de manera más o menos arbitraria, masas enteras de experiencia, viendo en ellas un número bastante de semejanzas que nos autorice a considerarlas idénticas (…). Esta casa y aquella otra casa y miles de otros fenómenos de carácter análogo se aceptan así en cuanto tienen un número suficiente de rasgos comunes, a pesar de las grandes y palpables diferencias de detalle, y se clasifican  bajo un mismo rótulo. En otras palabras, el elemento lingüístico “house” es, primordial y fundamentalmente, no el símbolo de una percepción aislada, ni siquiera de la noción de un objeto particular, sino de un “concepto”, o dicho de otra forma, de una cómoda envoltura de pensamientos en la cual están encerradas miles de experiencias distintas y que es capaz de contener otros miles.


Edward SAPIR, El lenguaje

miércoles, 29 de enero de 2014

IMÁGENES AMBIGUAS

Es evidente que en el hombre la percepción no se limita a la estimulación por medio de una energía física. De hecho, se sabe desde hace tiempo que los estímulos visuales pueden ser ambiguos. Por ejemplo, en la imagen de Boring se puede ver a una mujer joven que mira hacia atrás en escorzo o a una mujer vieja vista de perfil. Pero en ningún caso se pueden ver las dos figuras al mismo tiempo. A una misma imagen física le pueden corresponder varias construcciones mentales. La percepción no se reduce, pues, a la estimulación por parte de una energía luminosa, sino que consiste también en un proceso de reconstrucción e interpretación de la imagen.

Este ejemplo [y otros parecidos] demuestran que la relación entre el estímulo y su percepción no es directa: nuestra mente efectúa cálculos y recurre a nociones abstractas, como las de objeto, forma o espacio. La percepción está lejos de ser una copia de la realidad. Es también un proceso de interpretación, de representación. Es, pues, imposible definir un estímulo de modo puramente físico, sin tener en cuenta las construcciones mentales efectuadas por el organismo.


Jacques MEHLER y Enmanuel DUPOUX,
Nacer sabiendo. Introducción al desarrollo cognitivo del hombre.

martes, 28 de enero de 2014

LA DEMOCRACIA TIENE QUE SER ENSEÑADA

La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles. Lo natural es el clan familiar y la tribu, los lazos de sangre, el recelo hacia los forasteros,
el apego a lo conocido, el rechazo de quien habla otra lengua o tiene otro color de pelo o de piel. Y la tendencia infantil y adolescente a poner las propias apetencias por encima de todo, sin reparar en las consecuencias que puedan tener para los otros, es tan poderosa que hacen falta muchos años de constante educación para corregirla. Lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo. Creerse uno el centro del mundo es tan natural como creer que la Tierra ocupa el centro del universo y que el Sol gira alrededor de ella. El prejuicio es mucho más natural que la vocación sincera de saber. Lo natural es la barbarie, no la civilización, el grito y el puñetazo y no el argumento persuasivo, la fruición inmediata y no el empeño a largo plazo. Lo natural es que haya señores y súbditos, no ciudadanos que delegan en otros, temporalmente y bajo estrictas condiciones, el ejercicio de la soberanía y la administración del bien común. Lo natural es la ignorancia: no hay aprendizaje que no requiera un esfuerzo y que no tarde en dar fruto. Y si la democracia no se enseña con paciencia y dedicación y no se aprende con la práctica cotidiana, sus grandes principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y a la demagogia.

Antonio MUÑOZ MOLINA, Todo lo que era sólido,
Seix Barral, Barcelona, 2013, pag. 102-103