domingo, 25 de noviembre de 2012

MORAL INDIVIDUAL Y MORAL SOCIAL


Si nuestra conducta estuviera completamente determinada, de tal modo que nunca tuviéramos que elegir ni tomar decisión alguna, la reflexión sobre lo que hacer sería superflua y la conciencia moral no existiría. Sin embargo, nuestra conducta no siempre está unívocamente determinada. Muchas veces podemos hacer una cosa u otra y vacilamos sobre cuál hacer. En algunas ocasiones reflexionamos sobre el curso que queramos dar a nuestra acción, teniendo en cuenta tanto la información circunstancial de que disponemos como nuestros propios valores, metas, principios, inclinaciones y sentimientos. Estas reflexiones constituyen nuestra conciencia moral. No podemos abdicar de la conciencia moral, de lo que José Luis L. Aranguren llamaba la moral como estructura (por contraposición a los contenidos concretos de las doctrinas morales).

Siempre tenemos que elegir, que tomar decisiones. Incluso si decidimos resolver nuestro dilema echando una moneda al aire y aceptando su veredicto, eso es también una decisión. De todos modos, sería muy fatigoso reflexionar desde cero en cada caso concreto. Por eso adoptamos reglas morales (…) que guíen nuestra acción en multitud de casos parecidos. En vez de plantearnos, cada vez que vamos al restaurante, el dilema de si pagar la cuenta o marcharnos sin pagar, podemos adoptar de una vez por todas la regla de pagar siempre la cuenta. (…)

Cada humán adulto y en pleno uso de sus facultades mentales es un agente moral capaz de regular su propia conducta de acuerdo con reglas que él mismo libremente adopta. Si lo hace, su comportamiento no será caótico, sino coherente. (…) La moral así concebida es un asunto privado. Cada uno tiene su propia moral. Las morales individuales difieren tanto en su contenido como en su nivel de sofisticación. En nuestra interacción con los demás, con frecuencia tratamos de convencerlos para que cambien aspectos de su moral que no nos gustan y, a la inversa, nuestra moral se ve influida por el ejemplo y las razones de los otros.

La sociedad necesita regular múltiples aspectos de la conducta humana de un modo más objetivo, impersonal y estable que la mera confrontación de las morales individuales. Esta regulación es el Derecho, a veces basado en la intersección de las morales individuales, pero en cualquier caso expresión convencional de la voluntad del legislador. La moral solo puede ser individual o particular, pero el Derecho es universal (…)

Jesús Mosterín, La naturaleza humana,
Espasa Calpe, Madrid, 2006 (pag. 369)