Si nuestra conducta estuviera completamente
determinada, de tal modo que nunca tuviéramos que elegir ni tomar decisión
alguna, la reflexión sobre lo que hacer sería superflua y la conciencia moral
no existiría. Sin embargo, nuestra conducta no siempre está unívocamente
determinada. Muchas veces podemos hacer una cosa u otra y vacilamos sobre cuál
hacer. En algunas ocasiones reflexionamos sobre el curso que queramos dar a
nuestra acción, teniendo en cuenta tanto la información circunstancial de que
disponemos como nuestros propios valores, metas, principios, inclinaciones y
sentimientos. Estas reflexiones constituyen nuestra conciencia moral. No
podemos abdicar de la conciencia moral, de lo que José Luis L. Aranguren
llamaba la moral como estructura (por contraposición a los contenidos concretos
de las doctrinas morales).
Siempre tenemos que elegir, que tomar decisiones.
Incluso si decidimos resolver nuestro dilema echando una moneda al aire y
aceptando su veredicto, eso es también una decisión. De todos modos, sería muy
fatigoso reflexionar desde cero en cada caso concreto. Por eso adoptamos reglas
morales (…) que guíen nuestra acción en multitud de casos parecidos. En vez de
plantearnos, cada vez que vamos al restaurante, el dilema de si pagar la cuenta
o marcharnos sin pagar, podemos adoptar de una vez por todas la regla de pagar
siempre la cuenta. (…)
Cada humán adulto y en pleno uso de sus facultades
mentales es un agente moral capaz de regular su propia conducta de acuerdo con
reglas que él mismo libremente adopta. Si lo hace, su comportamiento no será
caótico, sino coherente. (…) La moral así concebida es un asunto privado. Cada
uno tiene su propia moral. Las morales individuales difieren tanto en su
contenido como en su nivel de sofisticación. En nuestra interacción con los
demás, con frecuencia tratamos de convencerlos para que cambien aspectos de su
moral que no nos gustan y, a la inversa, nuestra moral se ve influida por el
ejemplo y las razones de los otros.
La sociedad necesita regular múltiples aspectos de
la conducta humana de un modo más objetivo, impersonal y estable que la mera
confrontación de las morales individuales. Esta regulación es el Derecho, a
veces basado en la intersección de las morales individuales, pero en cualquier
caso expresión convencional de la voluntad del legislador. La moral solo puede
ser individual o particular, pero el Derecho es universal (…)
Jesús Mosterín, La naturaleza humana,
Espasa Calpe, Madrid, 2006 (pag. 369)