«No hay indicios de que nuestros antepasados vivieran en familias
nucleares. Es más probable que vivieran en grupos no muy diferentes a las
grandes comunidades de cazadores y recolectores de hoy. Aunque hubiera existido
ocasionalmente en algún momento de la historia de la cultura, nunca fue el
modelo de las comunidades humanas. En realidad, se hizo posible por primera vez
a causa de la moderna legislación social. Mientras el clan dependió económicamente
de los ingresos de hombres concretos, hubo que contribuir entre todos a su
sustento. La familia nuclear, por el contrario, es un modelo asocial, que
excluye económicamente a parientes y allegados necesitados. Un país sin rentas
ni pensiones, sin protección a los minusválidos, ni redes sociales de acogida
no podía ni puede permitirse familias nucleares.
A la familia nuclear como forma familiar mayoritaria y normativa sólo
se llegó a mitad del siglo XIX, y sólo en las ciudades. Es seguro que lo que estipula
el catecismo de la Iglesia católica, en su redacción de 1992, en el sentido de
que la familia nuclear es la “célula originaria de la vida social”, no es históricamente
acertado. (…) La familia nuclear se convirtió en la célula originaria de la
vida social sólo a causa de un problema: que el cabeza de familia ya no podía
alimentar al clan. En el siglo XIX, a causa de la Revolución industrial,
apareció en las ciudades un número incontable de familias proletarias y
pequeñoburguesas. Sin seguridad social, la mayoría de las veces dependían
incluso del trabajo infantil. Y no había dinero para la asistencia a allegados
carentes de medios. No sólo trabajaban los hombres, sino también muchas veces
las mujeres. Éste es el origen de la moderna familia nuclear.
Casarse por amor era en el siglo XIX algo más bien raro, y tampoco
la fidelidad de los hombres era muy importante. Prioritariamente el matrimonio
era un consorcio económico. Sólo en el transcurso del siglo XX la idea del matrimonio
por amor y de una alianza de fidelidad se fundió con la idea de la familia
nuclear.»
Richard David PRECHT, Amor.
Un sentimiento desordenado,
Siruela, 2011 (pags. 330-331)