martes, 29 de enero de 2013

LEY DE LOS TRES ESTADIOS


Estudiando el desarrollo global de la inteligencia humana en sus diversos ámbitos de actividad, desde su pri­mer y mas simple origen hasta nues­tros días, creo haber descubierto una gran ley fundamental, a la cual dicho desarrollo se sujeta con nece­sidad invariable. Esta ley me parece sólidamente establecida, ya sea por las pruebas racionales proporciona­das por el conocimiento de nuestra organización, sea por las verificacio­nes históricas que resultan de un examen atento del pasado. Esta ley consiste en que cada una de nues­tras nociones principales, cada rama de nuestros conocimientos, atravie­sa sucesivamente por tres estadios teóricos diferentes: el estadio teoló­gico, 0 ficticio; el estadio metafísico o abstracto; el estadio científico 0 positivo. En otros términos, el espíri­tu humano, por su naturaleza, em­plea sucesivamente en cada una de sus investigaciones tres métodos de filosofar, cuyo carácter es esencial­mente diferente e incluso radical­mente opuesto: primero, el método teológico, luego el método metafísi­co, y finalmente el método positivo. De ahí surgen tres clases de filosofí­as o de sistemas generales acerca del conjunto de los fenómenos que se excluyen mutuamente: la primera es el punto de partida necesario de la inteligencia humana; la tercera es su estado fijo y definitivo; la segunda está exclusivamente destinada a ser­vir de tránsito.
En el estadio teológico, el espíritu humano, dirigiendo esencialmente sus investigaciones hacia la naturale­za íntima de los seres, las causas pri­meras y finales de todos los efectos que le sorprenden, en una palabra, hacia los conocimientos absolutos, se representa los fenómenos como productos de la acción directa y con­tinua de agentes sobrenaturales más o menos numerosos, cuya interven­ción arbitraria explica todas las ano­malías aparentes del universo.
En el estadio metafísico, que no es en el fondo más que una simple mo­dificación general del primero, los agentes sobrenaturales son sustituidos por fuerzas abstractas, verdade­ras entidades (abstracciones perso­nificadas) inherentes a los diversos seres del mundo, y concebidas como capaces de engendrar por ellas mis­mas todos los fenómenos observa­dos, cuya explicación consiste entonces en asignar para cada uno la entidad correspondiente.
En fin, en el estado positivo, el espíritu humano, reconociendo la impo­sibilidad de obtener nociones abso­lutas, renuncia a investigar el origen y la finalidad del universo, y a cono­cer las causas intimas de los fenóme­nos, para atenerse únicamente a descubrir, por el uso bien combinado del razonamiento y la observa­ción, sus leyes efectivas, es decir, sus relaciones invariables de sucesión y de similitud. La explicación de los hechos, reducida entonces a sus términos reales, no es a partir de en­tonces sino el lazo establecido entre los diversos fenómenos particulares y algunos hechos generales, cuyo número tiende a disminuir según progresa la ciencia.



August Comte, Curso de filosofía positiva, 1ª lección