Estas teorías ya fueron formuladas en la antigua Grecia, especialmente por Sócrates, Platón y Aristóteles. Por ser la más claramente eudemonista, vamos a exponer la de Aristóteles.
Todo
lo que hacemos, dice Aristóteles (384- 322 aC), lo
hacemos para conseguir algo. Así, preparamos un examen para aprobarlo. La consecución de este fin, el aprobado, lo consideramos como un bien para nosotros. Son muchos los fines que nos proponemos: para estar en forma hacemos gimnasia, para divertirnos vamos a la discoteca, para llegar a tiempo al trabajo nos levantamos a determinada hora, etc. La mayoría de estos fines, sin embargo, no los buscamos por sí mismos, sino más bien para conseguir otros fines. Así, no pretendemos aprobar el examen simplemente por la satisfacción que nos produce el aprobado: lo que queremos realmente es aprobar la asignatura; y deseamos sacar adelante la asignatura con el fin de aprobar el curso; y ambicionamos pasar el curso para obtener el titulo. Pero tampoco éste es un fin último, pues lo que queremos es cursar estudios superiores o encontrar trabajo, etc. Vemos así que la mayoría de fines están subordinados a otros que consideramos más importantes. Los fines subordinados no son, pues, fines últimos, sino que son simplemente medios
para alcanzar otros fines.
¿Qué
son, entonces, los fines últimos? Voy a una fiesta para divertirme. Pero ¿para que quiero divertirme? Parece que no hay un para qué: simplemente divirtiéndome soy feliz. Evidentemente, la felicidad es el fin último. No tiene sentido preguntarse para qué quiere uno ser feliz. Sin embargo, la «felicidad» que me proporciona la fiesta es momentánea, y por supuesto no es la auténtica felicidad. La auténtica felicidad es, pues, el fin último y, por tanto, el sumo bien: quien es feliz ya no
persigue otro fin. En esto está de acuerdo todo el mundo, dice Aristóteles, pero ¿en qué consiste la felicidad? Aquí es donde aparecen las discrepancias.
Hemos visto que los hedonistas la identifican con el placer; otros, sigue Aristóteles, la identifican con los honores y la fama; y otros con la riqueza. Pero ninguna de estas cosas produce la felicidad. Respecto de los primeros dice que, si bien el placer parece un fin ultimo, a la larga esclaviza al hombre, ya que se acaba pronto y le obliga a buscar nuevos placeres, hecho que le produce ansiedad. Tampoco los honores y la fama conducen a la felicidad, puesto que dependen de los demás, al igual que las riquezas, que sólo son un medio para conseguir otras cosas. ¿En qué consiste, pues, la felicidad?
Si el bien de una acción radica en que
cumpla su fin, la felicidad para el ser humano
consistirá en que este cumpla su finalidad: hacer, podríamos decir, «de humano» del modo más excelente. ¿Y qué quiere decir «hacer de humano»? Son muchas las funciones que atañen a la persona humana: en primer lugar están las vitales (vivir y reproducirse) y las sensitivas (ver, oír, apetecer, etc.); pero ninguna de estas funciones define a la persona como propiamente «humana», ya que también son propias de los animales. Ahora bien, sólo las personas piensan y toman decisiones, y precisamente esto es lo que las define como tales. Podemos decir, pues, que la función propiamente humana es la de actuar racionalmente; y cuando una persona haga esto de modo excelente (virtuosamente), será feliz.
¿En
qué consiste esta excelencia o virtud? En encontrar siempre el justo medio entre dos extremos. Los extremos son, dice Aristóteles, los vicios. Y la búsqueda del justo
medio hay hacerlo en todos los aspectos de la vida: desde algo tan básico como la alimentación (no hay que comer poco ni demasiado, sino lo justo), hasta en las empresas más difíciles. Así, hay personas cobardes (vicio por defecto) que no se atreven a nada porque ven peligros que acechan por todas partes; y otras que actúan con temeridad (vicio por exceso) y que no calibran los auténticos peligros. La virtud es la valentía, que consiste en saber qué riesgo puede uno afrontar, y afrontarlo. Precisamente por eso la virtud fundamental es la prudencia, que consiste en saber descubrir el justo media para cada uno.
¿Cómo se adquiere la virtud? Según Aristóteles, virtud y vicio son hábitos que se adquieren por repetición de actos. Cuando uno ha adquirido el hábito, por ejemplo, de decir la verdad, ya no le cuesta ser sincero; y al revés. De hecho, no somos sinceros porque decimos la verdad, sino que decimos la verdad porque somos sinceros, porque hemos adquirido este hábito. Por eso es tan importante habituar a los niños desde
pequeños en las buenas costumbres.
Así
pues, la persona virtuosa y, por tanto, feliz, es aquella que todo lo que hace lo
hace de modo excelente, es la persona que se autorrealiza. No todas las actividades, sin embargo, producen el mismo grado de felicidad. Un carpintero puede sentirse feliz de haber hecho bien un mueble, pero no hace muebles para sentirse feliz, sino para ganarse la vida; es decir, hacer muebles no es el bien supremo. La única actividad que, según Aristóteles, no se lleva a cabo como medio para alcanzar otra cosa, es el cultivo del saber teórico, la contemplación de la verdad. Actualmente esto no se entiende así, pero en tiempos de Aristóteles el hombre de ciencia investigaba por puro placer, no para la aplicación técnica, como ahora. Por supuesto, esta actividad sólo le estaba permitida a aquellas personas que tenían cubiertas todas sus necesidades básicas. Por eso, según Aristóteles, no se puede ser feliz sin un mínimo de medios económicos y otras circunstancias como la salud, e incluso un poco de suerte.
También en PDF: Aristóteles y la felicidad: el eudemonismo
BIBLIOGRAFÍA:
– VV. AA., Ética 4º ESO, Teide, Barcelona, 1998
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