La posición erguida, el uso de las herramientas
y la caza social fueron las etapas iniciales del proceso de hominización,
aunque todas ellas tenían amplios precedentes en otras especies animales.
También los chimpancés caminan a veces rectos y emplean herramientas (por ejemplo,
palos mojados con saliva que introducen en los agujeros de los termiteros para
cazar hormigas). Los alimoches usan piedras para romper huevos de avestruces. Y los licaones y los lobos son cazadores sociales,
igual que los hombres primitivos. El paso decisivo en la hominización fue la
aparición del lenguaje, seguramente como medio de comunicación progresivamente flexible,
al servicio de la mejor coordinación de la caza social. Los grupos protohumanos
menos dotados para la comunicación desaparecían frente a la competencia de los
grupos más comunicativos, los cuales podían coordinar con mucho mas éxito las
acciones de caza, y podían idear y planear acciones cada vez más complejas. El
lenguaje, en efecto, no sólo sirve para comunicarse con los demás, sino también
para pensar, planear y razonar.
Para hablar hace falta un aparato fonador
adecuado, unas cuerdas vocales y una coordinación muscular precisa. Sólo el
hombre posee un aparato así. Los chimpancés, por ejemplo, por más listos que
sean, no pueden proferir la variedad de sonidos coordinados necesaria para
hablar. Por eso no es raro que sea mucho más fácil enseñar a un chimpancé a
comunicarse con nosotros con signos manuales (como los de los sordomudos) o incluso con signos gráficos (cartas con
dibujos) que mediante proferimientos de sonidos bucales. Sin embargo, aparte de
un aparato fonador y de un oído adecuados, para hablar es necesario un cerebro
preprogramado genéticamente para el aprendizaje y el uso del lenguaje. Esta
preprogramación tan sólo la posee nuestro cerebro. Los otros animales, incluso
los chimpancés, no están programados para usar un código simbólico tan
enormemente complejo como el lenguaje. La programación genética del cerebro
humano por el lenguaje es el resultado de millones de años de evolución, durante
los cuales el cerebro crecía de tamaño para adaptarse a esta programación
progresivamente compleja. Nosotros somos los descendientes de aquellos homínidos
en los cuales se produjeron las mutaciones y recombinaciones genéticas que
favorecieron el citado proceso. Los otros desaparecieron, victimas de la
concurrencia de sus congéneres más locuaces y, por tanto, mas eficaces en la
organización de la caza.
En definitiva, es igual decir que el humano ha
hecho el lenguaje como decir que el lenguaje ha hecho al humano. Y todas nuestras diferencias serias respecto al resto
de especies animales se reducen a esta: el uso del lenguaje.
Jesús MOSTERÍN, «El lenguaje»,
Grandes temas de la filosofía actual (1981)