El fuego es en realidad una adquisición de alcance multidimensional. La predigestión externa de los alimentos pasados por el fuego aligera el trabajo del aparato digestivo; a diferencia del carnívoro que se sume en un pesado sueño digestivo después de devorar su presa, el homínido, dueño del fuego, tiene la posibilidad de encontrarse activo y alerta después de haber
comido. El fuego libera la vigilia y hace lo propio con el sueño, pues da seguridad tanto a la expedición nocturna de los cazadores como a las mujeres y los niños que quedaron en el refugio sedentario; el fuego crea el hogar, lugar de protección y de refugio; el fuego permite al hombre dormir profundamente, a diferencia de los demás animales, que deben descansar siempre en un estado de alerta. Quizá el fuego incluso favoreciera el incremento y la libertad de los sueños (…).
Por otro lado, la cocción favorece nuevas mutaciones humanizantes que tienden a reducir la mandíbula, así como a liberar la caja craneal de parte de sus tareas mecánicas, con lo que se favorece el incremento del volumen del cerebro.
Edgar MORIN, El paradigma perdido