lunes, 14 de mayo de 2012

INDIVIDUO Y ESTADO


Los dos grandes protagonistas del torneo político moderno [son] el individuo y el Estado. Hablo en singular; aunque ni que decir tiene que el individuo son siempre los individuos y que no hay Estado sino estados (…). O sea que cada individuo lleva mucho del estado dentro de sí (ni siquiera podría concebirse su personalidad política si no hubiese Estado ante el que reivindicarla) y el Estado, por su parte, no es una especie de entidad sobrehumana caída del cielo (o brotada del infierno) sino que está formada por individuos y no tiene otro poder que el recibido por múltiples decisiones individuales. Sin embargo, lo habitual es que cada una de las partes hable de la otra como su pero enemigo y le achaque todos los males de la sociedad: el individuo se queja de la opresión y de la arbitrariedad del Estado, mientras que el Estado atribuye a la desobediencia y el egoísmo de los individuos todos los desastres políticos.

¿Qué significan, entonces, estos dos personajes contrapuestos, aparentemente enemigos irreductibles pero en realidad cómplices secretos? En primer lugar, son el resultado del proceso histórico modernizador de las comunidades humanas.

Las primeras agrupaciones sociales tenían sus fundamentos operativos muy próximos a la naturaleza: su modelo era el de las relaciones familiares entre padres e hijos, la jefatura venía impuesta por la fuerza física, solía transmitirse genealógicamente, etc. (…). Además, el grupo –el clan, la tribu, el pueblo, como quieras llamarle– eran lo único que verdaderamente importaba y los miembros no tenían peso propio sino integrados en el conjunto: una vez rota su filiación o su contacto con el todo del que formaban parte se perdían (…).

Después aparecieron sociedades en las que un solo individuo o unos pocos adquirían enorme relevancia, sea como reyes de condición casi divina o como sacerdotes capaces de interpretar la voluntad inapelable de los dioses: fue entonces el grupo el que se identificó sumisamente con ellos, en lugar de ser ellos los que se identificaban por su pertenencia al grupo. Y luego los griegos inventaron la democracia (…).

Cada uno de estos pasos que te esbozo con simplificación casi caricaturesca apuntan en la misma dirección: cada vez menos naturaleza y más artificio (…). De la asociación humana semi–naturalista vamos a la sociedad como obra de arte, como invento descarado de la voluntad y el ingenio humanos.

Las antiguas estructuras sociales limitaban bastante las iniciativas individuales, pero en cambio gozaban de la solidez unánime de lo que no se pone en cuestión: todos somos uno. La modernización concede cada vez más importancia a lo que piensa, opina y reclama cada individuo, pero debilitando inevitablemente la unanimidad comunitaria: cada cual sigue siendo uno dentro del todo.


Fernando Savater, Política para Amador