Dice
Aristóteles que
Cuando varias aldeas se unen en una
comunidad completa y única, lo bastante amplia para ser autosuficiente o casi
autosuficiente, surge el estado, originándose en las meras necesidades de la
vida, y continúa su existencia para que ésta sea mejor. Por tanto, si las más
tempranas formas de sociedad son naturales, también lo es el estado, que es su
consecuencia o fin, y la naturaleza de la cosa es su fin.
Por ende, es evidente que el estado es
creación de la naturaleza y que el hombre es en su virtud un animal político.
O
sea que el estado, la organización política, es sencillamente una dimensión más
de lo humano. Por eso aclara Aristóteles que todo individuo que estuviera alejado
por completo de la vida política sería un hombre “sin corazón, sin ley y sin
pueblo”, como decía Homero, o bien sería, más que un hombre, un semidiós quizá.
(…). Se es hombre en cuanto que se es animal sociable, político. Eso no
consiste sólo en la capacidad de organizarse; hay animales, los gregarios, que
se organizan también. Se trata de que el hombre, en contraste con ellos, tiene
la facultad de hablar –virtud política por excelencia– y de expresar con el
habla sus conceptos acerca de lo bueno y lo malo, de lo justo y de lo injusto,
distinciones éstas que sólo él hace y que no hallan parangón alguno entre los
demás animales gregarios.
Por
otra parte, el estado no es una consecuencia posterior al hecho de que
existieran individuos o familias de ellos, sino que es anterior. El problema es
lógico, no histórico, y su argumentación bien sencilla: si el todo es
necesariamente anterior a sus partes y el individuo aislado es sólo una parte
en relación con un todo, el estado será una categoría anterior a la del
individuo. Prueba de ello, y prueba de que éste es parte y nada más, es que el
individuo aislado no es autosuficiente y sin una comunidad no puede subsistir.
Claro está que desde un punto de vista temporal todo debió de suceder con
simultaneidad; en cuanto hubo hombres hubo estado, y en cuanto hubo estado
dejaron éstos de ser bestias para ser humanos. Porque aunque Aristóteles
reconoce la existencia de lo que él llama un instinto social o de sociabilidad,
también imagina el origen histórico del estado, siguiendo la pauta establecida
de que si el estado nace de las necesidades de los hombres, éstas habrán
desarrollado también las instituciones más elementales que lo sostienen. En
primer lugar existen dos relaciones que pueden considerarse fundamentales: la de
hombre a mujer y la de amo a esclavo. El primer tipo de relación cubre una
serie de necesidades tales como la sexual, la de la procreación, la del hogar,
y la segunda da lugar a la estructura política de la casa: el amo es el rey de
su familia. Pero esta pequeña unidad no satisface todas las necesidades. Hay
que adquirir bienes que la economía familiar no puede por sí sola producir, de
modo que la aldea es la prolongación lógica de un conjunto de unidades
familiares.
Salvador GINER, Historia del pensamiento social, Ariel,
Barcelona 19, pág. 39.