CAPÍTULO 9
LA DEMOCRACIA LIBERAL
Félix Ovejero
“(…).
Si los políticos y ciudadanos actuaran de acuerdo con preferencias
impersonales, no vinculadas a sus propios intereses, cabría la posibilidad de
que, incluso sin participación ciudadana, los intereses generales estuvieran
asegurados: yo no me sentiré obligado a participar en la política para recordar
mis necesidades, si los representantes y mis conciudadanos, cuando expresen sus
opiniones, van a tener en cuenta y ponderar todos los intereses, incluidos los
míos. Pero si cada uno procura para sí, las cosas son más complicadas. En tal
caso, resulta más improbable que el egoísmo se canalice en la dirección de los
intereses generales.
Si las demandas no tienen una oferta
correspondiente, un producto político, si hay individuos que no pueden expresar
sus demandas o si no tienen modo de saber qué es lo que el mercado ofrece, no
habrá ninguna garantía de que las preferencias de los demás —el bienestar
agregado— estén atendidas. Al contrario, en tal caso se desatarán diversos
tipos de patologías: explotación de ciudadanos incapaces de hacer oír su voz;
imposibilidad de que los individuos puedan expresar sus preferencias;
incapacidad de los votantes de recibir información en la que basar sus
decisiones. El problema es que, por circunstancias asociadas a su propia
dinámica de funcionamiento, la democracia de mercado no es capaz de satisfacer
tales requisitos y, por ende, resulta insensible a recoger información sobre
los intereses de los ciudadanos.
1) El
mercado político no proporciona una oferta para cada demanda. Sucede de
diferentes formas. En primer lugar, porque no todos están en condiciones de
actuar como oferentes. No es un mercado de acceso libre. Unos costosos peajes
de entrada limitan el acceso a unos cuantos, a aquellos que cuentan con medios
suficientes para financiar organizaciones y campañas. No todos los ciudadanos
pueden hacer públicos sus puntos de vista, ofrecer sus “productos”. En
principio, ello implica necesariamente que los intereses de los más débiles no
pueden aparecer en la oferta electoral. Si los empresarios políticos creen que
hay “un hueco”, una posible demanda desatendida, tendrán incentivos para
orientarse hacia allí. Pero para que esto suceda se requiere que los ciudadanos
estén en condiciones de conocer sus demandas, de expresar sus preferencias, lo
que no es sencillo, entre otras razones porque la propia oferta estructura los
problemas, su jerarquía y su propia descripción. Las mujeres de la India, que
carecen de derechos, no reclaman derechos y se muestran satisfechas con su
situación. Los ciudadanos tienden a considerar importantes los problemas que
“suenan como importantes”, distorsionando la información (…) para ajustarla a
lo que “suena”. Y sucede que quienes configuran la oferta, quienes tienen
recursos, no están en las mejores condiciones de identificar los problemas de
los menos poderosos. No por mala fe, por proteger sus intereses, sino por algo
previo y fundamental, bien conocido por la psicología: quienes no experimentan
los problemas no los reconocen. Las mujeres y los incapacitados son claros
ejemplos de grupos sociales que han visto ignorados sus problemas porque las
clases políticas simplemente no los “percibían”.
Pero no sólo se ignoran los problemas, sino
que, incluso si aparecen, las respuestas también están condicionadas por la
existencia de barreras de entrada, que sólo pueden se atravesadas por los
poderosos o por los que están en buenos tratos con los poderosos. La acción
política consiste en buena medida en establecer qué es lo que puede cambiar y
qué es lo que no. Pero “qué se puede cambiar”, qué se da por supuesto y qué no,
depende de “maneras de mirar” que están asociadas a las propias experiencias. Y
lo cierto es que tenemos una disposición a aceptar como naturales, como
inamovibles o no discutibles las convicciones o las pautas que son nuestras.
Los procesos de socialización (el mundo en donde se vive) condicionan la
percepción y la consideración de los problemas y llevan a considerar como
“naturales” —no modificables— ciertas cosas. En consecuencia, hay ciertas
propuestas que “ni se les ocurren” y, por ello, no aparecen en la oferta
política. La descripción de un problema es, por lo general, un diagnóstico. Si
decimos que “el pasado invierno murieron como consecuencia del frío doscientas
personas en la ciudad”, estamos excluyendo otras descripciones; por ejemplo,
“murieron de pobres” y, con ellas, otras respuestas. Hay una elección acerca de
qué es lo “normal”, elección que tiene implicaciones prácticas”.
Aurelio ARTETA
(ed.), El saber del ciudadano. Las
nociones capitales de la democracia. Alianza, pg. 276-277.