domingo, 22 de julio de 2012

EL SABER DEL CIUDADANO


CAPÍTULO 9

LA DEMOCRACIA LIBERAL

Félix Ovejero

“(…). Si los políticos y ciudadanos actuaran de acuerdo con preferencias impersonales, no vinculadas a sus propios intereses, cabría la posibilidad de que, incluso sin participación ciudadana, los intereses generales estuvieran asegurados: yo no me sentiré obligado a participar en la política para recordar mis necesidades, si los representantes y mis conciudadanos, cuando expresen sus opiniones, van a tener en cuenta y ponderar todos los intereses, incluidos los míos. Pero si cada uno procura para sí, las cosas son más complicadas. En tal caso, resulta más improbable que el egoísmo se canalice en la dirección de los intereses generales.
Si las demandas no tienen una oferta correspondiente, un producto político, si hay individuos que no pueden expresar sus demandas o si no tienen modo de saber qué es lo que el mercado ofrece, no habrá ninguna garantía de que las preferencias de los demás —el bienestar agregado— estén atendidas. Al contrario, en tal caso se desatarán diversos tipos de patologías: explotación de ciudadanos incapaces de hacer oír su voz; imposibilidad de que los individuos puedan expresar sus preferencias; incapacidad de los votantes de recibir información en la que basar sus decisiones. El problema es que, por circunstancias asociadas a su propia dinámica de funcionamiento, la democracia de mercado no es capaz de satisfacer tales requisitos y, por ende, resulta insensible a recoger información sobre los intereses de los ciudadanos.
1) El mercado político no proporciona una oferta para cada demanda. Sucede de diferentes formas. En primer lugar, porque no todos están en condiciones de actuar como oferentes. No es un mercado de acceso libre. Unos costosos peajes de entrada limitan el acceso a unos cuantos, a aquellos que cuentan con medios suficientes para financiar organizaciones y campañas. No todos los ciudadanos pueden hacer públicos sus puntos de vista, ofrecer sus “productos”. En principio, ello implica necesariamente que los intereses de los más débiles no pueden aparecer en la oferta electoral. Si los empresarios políticos creen que hay “un hueco”, una posible demanda desatendida, tendrán incentivos para orientarse hacia allí. Pero para que esto suceda se requiere que los ciudadanos estén en condiciones de conocer sus demandas, de expresar sus preferencias, lo que no es sencillo, entre otras razones porque la propia oferta estructura los problemas, su jerarquía y su propia descripción. Las mujeres de la India, que carecen de derechos, no reclaman derechos y se muestran satisfechas con su situación. Los ciudadanos tienden a considerar importantes los problemas que “suenan como importantes”, distorsionando la información (…) para ajustarla a lo que “suena”. Y sucede que quienes configuran la oferta, quienes tienen recursos, no están en las mejores condiciones de identificar los problemas de los menos poderosos. No por mala fe, por proteger sus intereses, sino por algo previo y fundamental, bien conocido por la psicología: quienes no experimentan los problemas no los reconocen. Las mujeres y los incapacitados son claros ejemplos de grupos sociales que han visto ignorados sus problemas porque las clases políticas simplemente no los “percibían”.
Pero no sólo se ignoran los problemas, sino que, incluso si aparecen, las respuestas también están condicionadas por la existencia de barreras de entrada, que sólo pueden se atravesadas por los poderosos o por los que están en buenos tratos con los poderosos. La acción política consiste en buena medida en establecer qué es lo que puede cambiar y qué es lo que no. Pero “qué se puede cambiar”, qué se da por supuesto y qué no, depende de “maneras de mirar” que están asociadas a las propias experiencias. Y lo cierto es que tenemos una disposición a aceptar como naturales, como inamovibles o no discutibles las convicciones o las pautas que son nuestras. Los procesos de socialización (el mundo en donde se vive) condicionan la percepción y la consideración de los problemas y llevan a considerar  como “naturales” —no modificables— ciertas cosas. En consecuencia, hay ciertas propuestas que “ni se les ocurren” y, por ello, no aparecen en la oferta política. La descripción de un problema es, por lo general, un diagnóstico. Si decimos que “el pasado invierno murieron como consecuencia del frío doscientas personas en la ciudad”, estamos excluyendo otras descripciones; por ejemplo, “murieron de pobres” y, con ellas, otras respuestas. Hay una elección acerca de qué es lo “normal”, elección que tiene implicaciones prácticas.

Aurelio ARTETA (ed.), El saber del ciudadano. Las nociones capitales de la democracia. Alianza, pg. 276-277.