lunes, 24 de septiembre de 2012

SER CURIOSOS

Cuando Aristóteles sentenció que los seres humanos filosofamos porque nos admiramos ante lo que existe, estaba, como tantas veces, dando en la diana. Si no eres curioso, si no somos capaces de admirarnos de nuestra existencia, de la de los demás y de la del mundo entero, jamás nos aproximaremos a la filosofía. Pero añado también que tampoco llegaremos a conocernos o, lo que es lo mismo, nunca nos comprenderemos como lo que somos, seres rodeados de misterio, estimulados por un conjunto de interrogantes, incitados a pensar y repensar.

Ha aparecido, por tanto, la idea de la curiosidad. La curiosidad, además, no es un mero accidente. La conciencia nos lleva a la pregunta, a la admiración, a ser curiosos. En un célebre libro, producto de unas clases suyas, el filósofo Heidegger afirmaba, con ese tono evocativo que caracteriza el romanticismo teutón, que uno comienza a filosofar siendo ya filósofo. ¿Qué es lo que quería decir? Expuesto de una manera un tanto tosca, lo que Heidegger defendía era que, precisamente porque uno se encuentra dentro de los problemas de la filosofía, sabe ya de alguna manera en qué consiste. En efecto, sólo porque uno ha sufrido, ha gozado, se ha preguntado por el modo más adecuado de convivencia o ha llorado ante la muerte, puede interrogarse también por la filosofía, porque ésta se enfrenta al dolor, a la felicidad, a la justicia o al sentido último, si es que lo tiene, del vivir humano. La filosofía, en consecuencia, no inventa nada, sino que codifica lo que todos, por el mero hecho de estar erguidos y utilizar el cerebro, nos preguntamos.

Javier SÁDABA, La filosofía contada con sencillez,
MAEVA, Madrid, 2002 (pag. 10-11)