jueves, 18 de octubre de 2012

MUJER Y EVOLUCIÓN

Si la evolución al hombre no le ha producido más que ventajas, la mujer se ha encontrado con una clara contradicción: va a pagar, desde el principio, un penosísimo precio por el aumento de su capacidad cerebral, por dos razones fundamentales:
1) La posición erecta le es desfavorable en cuanto a la reproducción de la especie.
2) Precisamente por ser ella la única que se reproduce, se la obliga, por sus características fisiológicas, a realizar el trabajo excedente de criar y dedicar más tiempo a los hijos, para que éstos sobrevivan, y se le añade la explotación más exhaustiva en el trabajo productivo: la agricultura, la recolección, la ganadería, la condimentación de los alimentos, la limpieza y el cuidado de los hombres y de los enfermos.


La primera de sus desgracias le viene dada por la modificación de la estructura ósea de las extremidades inferiores y superiores de los homínidos, nuestros antepasados, y de la pelvis. La articulación sacroilíaca tuvo que ensancharse y reforzarse. En los antropoides y el hombre tiene cinco vértebras sacras, en vez de las dos o tres de los monos inferiores, que les permiten erguir la columna vertebral. En el hombre, el ensanchamiento de la pelvis, más desarrollada transversal que longitudinalmente, está directamente relacionado con la posición erecta.
La forma y la estructura de la pelvis femenina se transformaron para permitir que el feto humano tuviera cabida en ella en el momento del parto. El ensanchamiento del cráneo humano, necesario para dar cabida al cerebro cada vez más grande, que pasó de 400 cm3  del mono a los 1.4002.000 del Homo sapiens, obligó a un ensanchamiento correlativo de la pelvis.
A pesar del largo proceso de desarrollo de la locomoción erecta, el ser humano no se ha adaptado completamente a este tipo de desplazamiento. Algunos de los inconvenientes que sufrimos son las hernias, las oclusiones intestinales y la apendicitis. Pero sobre todo en el caso de la mujer, los problemas que sufre la condicionan para toda la vida. En las mujeres, durante el embarazo, la fuerza de la gravedad atrae al embrión hacia la pelvis y no únicamente hacia la pared abdominal como ocurre con las monas, o en los mamíferos cuadrúpedos. La pelvis femenina, al ser reconstruida, pudo cumplir más o menos satisfactoriamente dos funciones contradictorias: servir de apoyo al torso y, durante el parto, brindar una salida suficientemente amplia a la voluminosa cabeza del feto.
Pero esta reconstrucción no es totalmente satisfactoria. Ya hemos visto los graves problemas con que se encuentra la mujer en el embarazo y el parto, y por tanto, su historia humana no constituye para ella más que el constante debate entre su capacidad intelectiva y su capacidad reproductora. Porque en ella prima ésta última.


Lidia FALCÓN y Mª Encarna SANAHUJA, “Maternidad in vitro”,
Revista Poder  y Libertad, 1982 (3), pag. 74-83