“Mi amigo, el
veterinario de la Universidad Complutense Ignacio de Gaspar suele comentar que
la llegada al mundo de muchos mamíferos, aunque sean tan grandes como un
elefantito, es un porrazo en la cabeza. Se refiere a los cuadrúpedos cuyas
madres no se acuestan para parir, como la cebra, y no digamos la altísima
jirafa. El neonato literalmente se cae al suelo desde lo alto. Saca las patas
por delante, pero no paran el golpe que se lleva la cría en la cabeza. Y es que
la madre no tiene manos como las nuestras para recoger a su hijo, no brazos
adecuados para estrecharlo contra ella.
En el caso de los monos, que viven en
los árboles, la caída a plomo podría ser mortal. Pero las madres pueden tomar a
su cría por la cabeza antes de que eso ocurra y atraerla hacia ellas. Como
nacen mirando a la madre, la cosa es fácil y además pueden limpiarles la nariz
y la boca si tienen alguna obstrucción que les impida respirar bien, o
desenrollarles el cordón umbilical cuando les rodea el cuello. Así pues, las madres
son sus propias comadronas (eso sí que es auténtica “autoayuda”).
Todo ello es así, dice la teoría de la
que vengo hablando, porque la posición de la cabeza al atravesar el estrecho
inferior es occipitosacra. Tal cosa no sería posible si fuera occipitopúbica,
como en nuestro parto más común, porque entonces el monito vendría al mundo
mirando a la espalda de su madre, que no le ve la cara (lo que ve asomar la
madre humana es la nuca de su hijo, y no contempla su cara hasta que no rota la
cabeza, cuando ya se ha desprendido).
Es más, si la madre humana tirase de la
cabeza para facilitar el parto, podría causarle serias lesiones cervicales, al
exagerar la deflexión de la cabeza y doblarla todavía más hacia la espalda. En nuestra
especie, por eso, la madre no puede ayudarse a sí misma en el parto
(literalmente, su hijo le da la espalda
al nacer), de forma que éste se convierte en un fenómeno social, con asistencia
de otras mujeres. (…)
La teoría es muy interesante, salvo por
un pequeño detalle. Los únicos tres partos realmente documentados de los
chimpancés son como los humanos. Y no hay comadronas chimpancés. Además, los
recién nacidos se cayeron de cabeza hacia el suelo de la jaula, afortunadamente
sin consecuencias”.
Juan Luis Arsuaga, El primer viaje de nuestra vida,
Temas de hoy, 2012,
(pags. 151—152)