“Las respuestas de
la ciencia cancelan la pregunta a la que responden y nos permiten preguntarnos cosas
nuevas; las respuestas de la filosofía y de la teología abren y ahondan aún más
la pregunta a la que se refieren, nos conceden plantearla de una forma nueva o
más compleja pero no la cancelan jamás totalmente: sólo nos ayudan a convivir
con la pregunta, a calmar en parte nuestra impaciencia o nuestra angustia ante
ella. Al menos así ocurre cuando la filosofía y la teología escapan a la
tentación dogmática (propia de las
iglesias y de académicos fatuos), que consiste en ofrecer respuestas “canceladoras”
como las de la ciencia a preguntas que no son científicas. Por eso la ciencia
progresa, mientras que la filosofía y la teología —¡en el mejor de los casos!—
deben contentarse con ahondar. Pero
en un aspecto fundamental se parecen la ciencia y la religión, difiriendo en
cambio de la filosofía: las dos primeras prometen resultados, herramientas o
conjuros para salvarnos de los males que nos aquejan (gracias a desentrañar los
mecanismos de la Naturaleza o a la fe en Dios); la filosofía en cambio sólo
puede ayudar a vivir con mayor entereza en la insuficiente comprensión de lo
irremediable. Ciencia y religión resuelven cada cual a su modo las cosas, la
filosofía a lo más que llega es a curarnos en parte del afán de resolver a toda
costa lo que quizá es (y no tiene por qué dejar de ser) irresoluble”.
Fernando SAVATER, La vida eterna,
Ariel, 2007 (pag.
14)