«Toda cultura está dominada por un modelo maternal ideal que puede
variar según las épocas. Sean ellas conscientes o no, pesa sobre todas las mujeres.
Se puede aceptar, esquivar, rechazar o negociar, pero en última instancia siempre
es en función de uno determinado.
Hoy el modelo es más exigente que nunca. Más aún que hace veinte
años, cuando se señalaba ya la amplitud de los deberes maternales: “Éstos ya no
se reducen únicamente a los cuidados corporales y afectivos, implican también
una atención escrupulosa al desarrollo psicológico, social e intelectual del hijo.
La maternidad representa, más que en el pasado, un trabajo a tiempo completo.
Hoy en día se espera de las madres que consagren tantos ‘cuidados’ a dos hijos
como antaño a seis”. Como, por otra parte, el ideal femenino no recupera el
modelo maternal y la plenitud personal es la motivación dominante de nuestro
tiempo, las mujeres se encuentran en el centro de una contradicción triple.
La primera es social. Mientras los partidarios de la familia
tradicional culpan a las madres que trabajan, la empresa les reprocha sus
repetidas maternidades. Peor aún, la maternidad sigue considerándose como la más
importante realización de la mujer, mientras que socialmente está devaluada.
Las madres a tiempo completo cobran menos, se ven privadas de identidad porque
carecen de competencias profesionales y están conminadas a responder a la
pregunta: “¿Qué hacéis durante el día?”. En una sociedad donde la mayoría
trabaja, donde la mujer ideal triunfa profesionalmente, la que se queda en casa
o hace de sus hijos su prioridad se arriesga a ser considerada “sin interés”.
La segunda contradicción concierne a la apareja. Hemos visto que el
niño no favorece la vida amorosa. La fatiga, la falta de sueño y de intimidad,
las obligaciones y los sacrificios que impone la presencia de un hijo puede
acabar con la pareja. (…).
Pero la contradicción más dolorosa reside en el seno de cada mujer
que no se funde con la madre. Todas las que se sienten divididas entre su amor
por el hijo y sus deseos personales. Entre ser un individuo egoísta y ser
aquella que quiere el bienestar de su pequeño. El hijo, concebido como fuente
de plenitud, puede por tanto revelarse como un obstáculo para ella. Está claro
que a fuerza de cargar la barca de las obligaciones maternales, la contradicción
se agudiza cada vez más.»
Elisabeth BADINTER, La
mujer y la madre,
La Esfera de los Libros, Madrid, 2011 (pags. 143-145)