domingo, 17 de febrero de 2013

HANS JONAS: EL IMPERATIVO DE RESPONSBILIDAD

La obra de Hans Jonas es, hoy por hoy, uno de los referentes con mayor influencia en el ámbito de las éticas aplicadas, y su libro El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica (1973) constituye un referente inexcusable.
La ética de Jonas arranca de un hecho: el hombre es el único ser conocido que tiene responsabilidad. Sólo los humanos pueden escoger consciente y deliberadamente entre alternativas de acción y esa elección tiene consecuencias. La responsabilidad emana de la libertad. O, en sus propias palabras: “la responsabilidad es la carga de la libertad”. La responsabilidad es un deber, una exigencia moral que recorre todo el pensamiento occidental, pero que hoy se ha vuelto más acuciante todavía por el poder que tiene el hombre en las condiciones de la sociedad tecnológica actual.
Para Jonas, la responsabilidad moral arranca de una constatación fáctica: la vulnerabilidad de la naturaleza en la era de la técnica. La ciencia y la técnica han modificado profundamente las relaciones entre hombre y mundo. Para los antiguos, la potencia humana era limitada y el mundo, en cambio, era infinito. Jonas propone el ejemplo de la ciudad griega, que era un enclave civilizado rodeada un entorno amenazador, de bosques y selvas.
Pero hoy la situación se ha invertido y la naturaleza se conserva en parques naturales, rodeados de civilización y tecnología. Hoy la naturaleza es débil y está amenazada. El hombre tiene, pues, el deber moral de protegerla y ese deber aumenta en la medida que sabemos lo fácil que es destruir la vida. “La ética hoy debe tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana y de la misma supervivencia de la especie”.  
La idea fundamental sobre la que se sustenta la ética jonasiana es la experiencia de la vulnerabilidad. Las generaciones actuales tienen la obligación moral de hacer posible la continuidad de la vida y la supervivencia de las generaciones futuras. Ese deber es explicitado como un nuevo imperativo categórico: “Obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica sobre la tierra”.
         Este imperativo puede expresarse también negativamente. “Obra de tal manera que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de esta vida”. O, más sencillamente, todavía: No pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad en la tierra.
         También se puede formular positivamente como: “Incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura integridad del hombre”.
Son, en definitiva, fórmulas diversas para un mismo imperativo de la responsabilidad. Hacer hoy el bien, significa hacerlo en las condiciones de la tecnología.
Jonas es un enemigo radical de las utopías. La utopía consideraba que en el mundo todo era posible y nada estaba escrito. Pero la experiencia de la bomba atómica, de la contaminación y de la Shoah demuestra que, moralmente, la utopía puede acabar siendo la justificación del asesinato en gran escala y de la destrucción del planeta. La utopía decía a los hombres "Tu puedes hacerlo; y en cuanto puedes, debes". La responsabilidad exige, sin embargo el cálculo de riesgos y, en la duda, si algo puede fallar, es mejor no hacerlo.  El deber o axioma básico de la responsabilidad comprende tres aspectos:

1) La existencia de un mundo habitable, pues no cualquier mundo puede ser un espacio
    de "habitación" humana auténtica.
2) La existencia de la humanidad, porque un mundo sin hombres, para Jonas, equivale  a la nada: sin humanidad desaparece el ser.
3) El "ser tal" de la humanidad: la humanidad auténtica no es cualquiera, sino una humanidad creadora. El ser del hombre crea valor y una humanidad no creadora no sería estrictamente humana.

A diferencia del imperativo categórico kantiano, que se dirigía al comportamiento privado del individuo, el nuevo imperativo de la responsabilidad se dirige al comportamiento público y social. No se trata de buscar la concordancia del hombre consigo mismo, la coherencia personal del humano que quiere estar a la altura de su deber, como acontecía en Kant, sino que se pone el acento en la dimensión de futuro, que al revés de lo que acontece con la utopía, no se ve como promesa sino como amenaza.  
Si la ética de Jonas se pretende con valor universal, no es porque todo el mundo hace lo mismo (cosa que ya sabemos que no ocurre), sino porque obrando así defendemos la vida de todos.
El imperativo ético que propone Jonas arranca del miedo o, por usar sus palabras, de la "heurística del temor” –respeto mezclado con miedo–. Es el miedo a las consecuencias irreversibles del progreso (manipulación genética, destrucción del habitat) lo que nos obliga a actuar imperativamente. El motor que nos impulsa a obrar es la amenaza que pende sobre la vida futura.
En la civilización actual es mucho más fácil saber qué es el mal que indagar sobre el bien. Un mal absoluto, como la desaparición de la especie, debe obligarnos absolutamente. Si nos damos cuenta de los efectos a largo término de nuestros actos y somos capaces de experimentar el sentimiento de pérdida posible, necesariamente debemos sentirnos impelidos a obrar. No hay técnica "buena" y técnica "mala". Como dice en su conferencia "Por qué la técnica moderna es objeto de la ciencia" (1982): “La bendición de la ciencia, puede convertirse en maldición: el hermano Caín (la bomba) es malo, pero el hermano Abel (el pacífico reactor) también lo puede ser.  
El miedo es un sentimiento negativo, pero de esa negatividad puede salir algo positivo: hay que prestar más atención a la profecía de la desgracia que a la de la felicidad utópica, y obrar en consecuencia, tomando en serio la amenaza que planea sobre el futuro de la humanidad y que nos invita a obrar con responsabilidad.


BIBLIOGRAFÍA: