Los conceptos de “responsabilidad” y
“convicción” son los polos en que se mueve la acción política. Ambos extremos se necesitan y se repelen mutuamente.
Un político sin convicciones es, sencillamente un oportunista, un profesional
de la manipulación y un vendedor de humo. Pero un político sin conciencia de su
responsabilidad, perdido en su mundo neurótico de utopías irrealizables,
conduce a la derrota segura. Hallar el camino eficaz entre ambos constituye la
marca del buen político, posibilista y, a la vez, transformador. O en palabras
del mismo autor: “La pasión no hace al
político si éste no es capaz de convertir la responsabilidad al servicio de la
causa en el norte de su actividad política”. Y al mismo tiempo: “Este es, precisamente, el
problema: ¿cómo combinar la pasión ardiente y la fría seguridad? La política se
hace con la cabeza y no con las otras partes del cuerpo o del alma. Y sin
embargo, la entrega a la política sólo puede nacer y nutrirse de la pasión, si
no queremos que sea no un juego frívolo e intelectual, sino una auténtica
actividad humana. Ese dominio sobre el alma, que caracteriza al político
apasionado (…), sólo es posible si la persona se acostumbra a mantener la
debida distancia en todos los sentidos de la palabra. La “fuerza” de una
“personalidad” política implica, en primer lugar, la posesión de esas
cualidades».
Weber opone dos lógicas políticas que
son dos éticas:
§
La ética de la convicción
está animada únicamente por la obligación moral y la
intransigencia absoluta en el servicio a los principios.
§
La ética de la responsabilidad
valora las consecuencias de sus actos y confronta los medios con los fines, las
consecuencias y las diversas opciones o posibilidades ante una determinada
situación. Es una expresión de racionalidad instrumental, en el sentido que no
sólo valora los fines sino los instrumentos para alcanzar determinados fines.
Esta racionalidad instrumental “maduramente reflexionada” es la que conduce al
éxito político.
En definitiva, sería un error de la
acción política plantearse exclusivamente la “racionalidad de los valores” para
prescindir de lo fundamental: la racionalidad en las herramientas que han de
conducir a la realización de estos valores. Hay pues, en la política, una ética
implícita que no conocen los partidarios de la pureza, del doctrinarismo
dogmático de cualquier signo.
BIBLIOGRAFÍA:
También en PDF: Max Weber: convicción y responsabilidad