Hoy
[la
mano] seguiría siendo de un simio, perfectamente adaptada para
recoger frutos, hurgar en la nariz o pellizcar a los congéneres, si no hubiese
caído bajo la influencia de otro órgano en la evolución. En este caso no se
trata de un órgano nuevo, sino del desarrollo más intenso de uno ya existente:
el cerebro (…).
Este
desarrollo más intenso, hace 4–2 millones de años, trajo consigo la
facultad de vincular las causas y los efectos, cosa que el antepasado primate no
estaba en condiciones de hacer. Dicha facultad condujo a un considerable
aumento de la inteligencia, a la comparación de los actos de los demás con los
propios, a la contemplación de uno mismo.
La
herramienta de dicha acción fue, sobre todo, la mano. Esta mano podía agarrar
un palo y convertirlo en un instrumento para cavar, en arma o lanza. Esta mano
podía elaborar, a partir del pelaje animal, una piel propia que podía quitarse
o ponerse: los vestidos. Esta mano podía construir una cueva protectora
artificial con las piedras y ramas esparcidas por los alrededores: una casa. La
mano podía dar forma a los recipientes, fabricar adornos, construir un tambor y
utilizarlo.
Hans HASS, Del pez al hombre