Los humanos no somos sino habitantes del lenguaje. Pero el lenguaje, la capacidad de nombrar las cosas (y las personas y el cosmos), tiene a su vez esos tres aspectos:
El lenguaje es una cosa para el lingüista, para el científico que trabaja sobre el lenguaje como un biólogo sobre los cromosomas, o un químico sobre los metales pesados. Para la ciencia, el lenguaje es una cosa entre las cosas, entre los minerales, los vegetales o los restantes elementos materiales y orgánicos de la tierra.
El lenguaje, en cambio, es un útil para todos aquellos que lo utilizan en su pura función comunicativa e informativa. Todos usamos el lenguaje, como un útil en nuestro vida cotidiana, para tomar un taxi, o para preguntar un precio, o para responder a un examen; pero algunas instituciones sólo lo conciben como un útil y lo construyen con la finalidad de explotarlo: son los medios de formación de masas, la prensa, la radio, la televisión, así como el mundo económico–político de la administración del Estado y del tejido financiero. Este es el lenguaje imperante, cuyo dominio sobre nuestras vidas es absoluto y totalitario.
Por fin, el lenguaje es una obra cuando se desoculta de la utilidad, y de la pasividad oscura en la que yace como cosa. Entonces el lenguaje muestra a la luz lo que ha callado y ocultado: la verdad del sentido y del destino de los poseedores del lenguaje en un mundo formado por entes sin lenguaje. Es lo que solemos llamar «poesía».
Félix de Azua, Diccionario de las Artes, Barcelona, Anagrama, 2003