La mutación es un proceso aleatorio. Las mutaciones aparecen independientemente de que sean útiles o no a los organismos en que surgen. La selección natural es un proceso determinístico, direccional, que favorece precisamente las variaciones que son ventajosas a sus poseedores. Sin la mutación, la evolución no podría ocurrir; puesto que no habría variaciones alternativas sobre las que la selección natural pudiera actuar. Sin la selección, la mutación llevaría a la desorganización y a la extinción de los seres vivos, puesto que, como resultado del azar, la mayoría de las mutaciones son desventajosas. La mutación y la selección natural son, pues, conjuntamente, responsables del maravilloso proceso que ha llevado desde las bacterias y las amebas hasta los árboles, los pájaros y los hombres. La teoría de la evolución nos muestra el azar y la necesidad intrincados en el meollo de la vida: la causalidad y el determinismo entrelazados en un proceso natural que ha producido los seres vivientes –las realidades más complejas del universo– y entre ellas el hombre, capaz de pensar y de amar, capaz de libre albedrío y de analizar el proceso mismo de la evolución que le ha dado origen.
Francisco Ayala, Origen y evolución del hombre