El hijo del hombre, René Magritte |
La filosofía ha consistido siempre en sus preguntas: filosofar es hacerse ciertas preguntas radicales, inevitables, si uno quiere saber a qué atenerse, qué pensar sobre la realidad, qué hacer, cómo vivir. Que estas preguntas tengan o no respuesta es otra cuestión, ciertamente secundaria. Pero la filosofía no está segura de encontrarlas, de lo que está inconmoviblemente persuadida es de que si no se plantea estas preguntas no es filosofía. A nadie se obliga a hacerlas, porque a nadie se obliga a ser filósofo, pero si no se hacen no se puede hablar de filosofía. (…).
En épocas de confusión, de crisis de las creencias de las que se vive, de vértigo, como decía Platón en su maravillosa Carta VII, lo que algunos hombres piensan calladamente en su retiro, cuando se esfuerzan por ver cómo son las cosas, por entenderlas, por “dar razón” de ellas, si son capaces de comunicarlo verazmente a los demás, puede servirles para vivir desde sí mismos, y por tanto para conseguir que sus vidas sean “suyas” (…).
Pero la filosofía no puede contar con el acierto, no se sabe a dónde va a llegar, el fracaso le acecha constantemente y puede obligarla a empezar de raíz. Esto es lo decisivo, de raíz. La filosofía ha surgido en el mundo cuando el hombre ha descubierto las cuestiones radicales y no ha tenido una certidumbre suficiente. Incluso cuando la ha tenido, le ha sido menester entenderla, ponerla en conexión con el resto de las verdades, las dudas y los problemas. Cuando las cuestiones radicales se abandonan y los hombres no se preguntan por ellas, por supuesto han dejado de hacer filosofía. Lo grave no es esto, sino que la vida humana se queda sin raíces.
Julián MARÍAS, ABC 28 de julio de 1990 ▶