Tratemos, pues, de interpretar la formula completa de Kant, tal como la enunció.
«Actúa de tal forma que la máxima de tu voluntad […]». La «máxima de tu voluntad» es el principio al que te refieres, cuando tu voluntad toma una decisión concreta. No es, pues, el comportamiento mismo lo universalizable. Kant no afirma que existan, por así decir, modelos de comportamiento general que deban seguirse, modelos que podrían programarse en un ordenador, por ejemplo, que dictaría entonces las decisiones ejemplares que cabría tomar en todos los casos. No, no se trata de eso. El comportamiento será evidentemente distinto según las circunstancias, pero lo que constituye la cualidad moral de toda acción, no es la acción misma, sino la máxima a la cual la voluntad se refiere para cumplirla. Ahora bien, esta máxima, en cuanto imperativo categórico, es universal y necesaria, no puede ser falsa. Forma parte de la ley moral a través de la cual se expresa el deber. Un ejemplo: nosotros llevamos a cabo una acción determinada en nombre de los valores de «verdad» y de «justicia». Estos valores pueden generalizarse en todo tiempo y en todas partes, pero su traducción en actos concretos puede diferir en cada situación empírica. Por esta razón, Kant habla de la «materia» de la moralidad, es decir, del contenido objetivo al que ésta se aplica, al cual debe dar «forma», y que se encuentra dado por la situación histórica. Como se advierte, el concepto de «máxima» es completamente decisivo aquí. Todo ser humano, sean cuales sean las circunstancias, debe referirse a una máxima, tal que, en cuanto «forma de la moralidad», puede pretender legítimamente servir de fundamento para una legislación universal.
El deber no impone, pues, un modelo cerrado. Tal modelo no guardaría relación con la situación en la que se encuentra el sujeto. Pero esto no significa que en la moral todo sea relativo, que no exista en ella nada universal ni necesario. Universalidad y necesidad proceden de aquello a lo que el hombre se remite más allá de la temporalidad, esto es, de la máxima de su acción, aquella máxima que escucha la buena voluntad. Máxima, según Kant, universal y necesaria, y forma de la moralidad.
Sin embargo, no hay que olvidar que esta forma no existe sin la materia de la moralidad, sin las condiciones empíricas a través de las cuales debe determinar una acción. Releamos una vez mas el enunciado de Kant: «Actúa de tal forma que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre como principio de una legislación universal». Kant exige que la máxima a la que nos referimos cada vez que realizamos un acto sea universal, hasta tal punto que pueda servir de principio, siempre y sin excepción, a una legislación válida para todo el mundo. De este modo, Kant hace comprender el carácter de universalidad y necesidad que caracteriza una moralidad a priori y su exigencia absoluta.
Jean Hersch, El gran asombro, Acantilado, Barcelona, 2010, páginas 212-213