El existencialismo aparece en Europa a caballo entre las dos guerras mundiales. Es un movimiento filosófico inspirado en las ideas originarias de un pensador del siglo XIX, Soren Kierkegaard (1813–1855). La pregunta clave del momento es ¿qué es el hombre?, ¿qué es el ser humano?
Y la respuesta a esa pregunta nos habla del hombre concreto, de carne y hueso, que se sitúa entre dos “nadas”: nada antes de nacer y nada después de la muerte. Lo que le llevará a la conclusión de que su existencia es gratuita, y le producirá angustia y rechazo.
Los presupuestos básicos del existencialismo pueden resumirse como sigue:
El mundo es un conjunto de “seres en sí”, objetos (macizos, llenos, inertes) que se enfrentan a los “seres para sí”, a los seres que tienen conciencia: al ser humano.
El hombre primero es (existe) y su esencia (el conjunto de su vida, la suma de todos sus actos) es posterior. El existencialismo pone la existencia por delante de la manera de ser (de existir).
Al indagar sobre los fundamentos de su realidad, el hombre se encuentra ante la vaciedad total. Dios, creador de los valores, ha muerto. Nada hay, pues, antes de la existencia del hombre concreto: ni un “creador” que lo necesite, ni nada previo a él. Estamos pues ante un ser totalmente gratuito (nadie nos necesita) y ante un mundo vacío, sin valores, que debemos llenar con cada uno de los actos de nuestra vida, con cada una de nuestras decisiones.
El rasgo básico que define al existir es, así, la libertad. Pero ser libre significa tener que elegir lo que uno quiere ser y hacia dónde debe dirigirse. La libertad es una responsabilidad. Y una condena, dice Jean Paul Sastre (1905–1980): “Estamos condenados a ser libres”, a escoger cada uno de nuestros actos, a responder ante nosotros y ante la sociedad que nos rodea.
Esa necesidad de tomar decisiones continuamente (en eso consiste precisamente vivir) conduce al hombre a la angustia. Y esa «angustia» provoca lo que Sartre define como “la náusea” ante la vida. Para conjurarla, algunos seres humanos buscan consuelo en las ideologías o las religiones. Ellas le dicen lo que debe hacer y le evitan de esa manera el tener que elegir a cada paso de su vida.
Ahora bien, ésa será una existencia inauténtica, un consuelo bajo forma de ideología. La virtud, la moral existencialista consistirá en ser auténtico frente a la posibilidad de la despersonalización, y el intento de realizarse plenamente como “hombre”, como “ser humano”, a pesar de nuestra finitud. El hombre auténtico debe aceptar que no existen leyes inmutables, ni en la naturaleza ni siquiera en Dios (puesto que éste no existe), y que su existencia es una “pasión inútil” que surge de la nada y a la nada vuelve.
Sin embargo, y desde su actuación ética, el ser humano no debe ser pasivo socialmente. Para el existencialismo, el sujeto tiene la obligación moral de actuar sobre la sociedad para transformarla.
BIBLIOGRAFÍA:
- Manuel SATUÉ y Llátzer BRIA, ¿Qué sabes de ética?, Alhambra, 1987
- Jose Mª GARCÍA GUTIÉRREZ, Diccionario de Ética y Política, Mileto ed., 2002 (CDrom)
También en PDF: Sartre: el existencialismo
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